Las redes sociales se han convertido en una parte integral de la vida moderna, permitiendo a las personas conectarse con amigos y familiares, compartir sus pensamientos y experiencias y mantenerse al día con las últimas noticias y tendencias. Aunque sin duda nos ha traído muchos beneficios, incluida una mayor conexión social, también se les puede asociar con un aumento de la soledad y el aislamiento. Según un estudio reciente de Harvard, el 36% de todos los estadounidenses incluido el 61% de los adultos jóvenes y el 51% de las madres con niños pequeños— sienten una soledad grave. La mayoría de nosotros, de hecho, elegimos Facebook, Instagram, TikTok o Twitter en lugar de tocar guitarra, salir a caminar con un amigo o cantar a toda voz algunas canciones de karaoke. En 2023, la persona promedio pasó cada día dos horas y 31 minutos en las redes sociales. Las plataformas de redes sociales como Facebook, Twitter e Instagram nos permiten mantenernos en contacto con personas que quizás no veamos regularmente. Podemos ponernos al día con viejos amigos, mantenernos en contacto con familiares que viven lejos y conectarnos con personas que comparten nuestros intereses y pasatiempos. Sin embargo, esta conexión virtual no es lo mismo que la interacción cara a cara, que resulta esencial para construir y mantener relaciones cercanas. Si bien podemos estar en contacto con más personas a través de las redes sociales, es posible que nos sintamos menos conectados a ellas que si las viéramos en persona. El problema con las redes sociales es que pueden crear una ilusión de conexión social que no es necesariamente precisa. Podemos tener muchos seguidores o amigos en las redes sociales, pero ¿cuántas de esas conexiones son realmente significativas ? Muchas personas pueden sentir que forman parte de una gran comunidad en línea, pero esto puede ocultar el hecho de que no tienen relaciones cercanas y personales en el mundo físico. Las investigaciones han demostrado que las personas que pasan más tiempo en las redes sociales tienden a tener menos relaciones cercanas y niveles más bajos de apoyo social que las que pasan menos tiempo en estas plataformas. El problema con las redes sociales es que pueden crear una ilusión de conexión social que no es necesariamente precisa. El 64% de los estadounidenses dice que las redes sociales tienen un efecto principalmente negativo en cómo van las cosas en Estados Unidos hoy en día. Las redes sociales también pueden generar sentimientos de envidia y celos, que pueden contribuir a la soledad. Cuando vemos las publicaciones cuidadosamente seleccionadas y editadas de nuestros amigos y conocidos, es fácil sentir que nos estamos perdiendo algo. Podemos sentir que todos los demás están viviendo una vida más emocionante y plena que la nuestra, lo que puede generar sentimientos de insuficiencia y soledad. Las redes sociales pueden crear una sensación de comparación social de la que es difícil escapar, y esto puede ser perjudicial para nuestra salud mental. La soledad no es solo un estado psicológico; también puede tener consecuencias físicas. Las personas crónicamente solas pueden ser más susceptibles a problemas de salud como enfermedades cardíacas, presión arterial alta y sistemas inmunitarios debilitados. También pueden tener un mayor riesgo de depresión y ansiedad. Dadas las posibles consecuencias negativas de la soledad, es importante ser consciente del impacto de las redes sociales en nuestra conexión social. Entonces, ¿qué podemos hacer para mitigar los riesgos de la soledad inducida por las redes sociales? En primer lugar, debemos reconocer que las redes sociales no son un sustituto de la interacción social en la vida real. Si bien puede ser útil para mantenerse en contacto con las personas, no debería ser nuestro único medio de conexión social. Necesitamos esforzarnos por pasar tiempo físicamente con las personas, ya sea para tomar un café o asistir a un evento social. Incluso si no podemos ver a nuestros amigos y familiares con la frecuencia que nos gustaría, aún podemos esforzarnos por mantenernos conectados a través de llamadas telefónicas, chats de video y otras formas de comunicación. También es importante ser conscientes del impacto de las redes sociales en nuestra salud mental. Si nos sentimos celosos o inquietos después de revisar nuestros feeds de redes sociales, es posible que necesitemos alejarnos un poco de estas plataformas. También podemos esforzarnos por seleccionar cuidadosamente nuestro contenido de redes sociales para incluir contenido positivo y alentador en lugar de negativo y desencadenante. Una investigación publicada en el Journal of Social and Clinical Psychology indicó que limitar el tiempo de las personas en aplicaciones sociales como Facebook y Snapchat a diez minutos por día reducía significativamente los sentimientos de soledad y depresión. Según los investigadores, el punto óptimo puede ser de unos 30 minutos o menos por día. Por último, debemos reconocer que la soledad es una experiencia común y que está bien buscar ayuda. Ya sea hablar con un amigo o familiar de confianza, unirse a un grupo social o una organización comunitaria, o buscar ayuda profesional de un terapeuta o consejero.
Un estudio buscó ahondar por primera vez cómo los adolescentes con síntomas depresivos perciben sus relaciones sociales de aceptación y rechazo con sus compañeros. El trabajo, realizado por Diego Palacios, académico del Centro de Investigación en Sociedad y Salud (CISS) de la Universidad Mayor, en colaboración con investigadores de Italia, analizó datos de 275 estudiantes italianos de en promedio 11,8 años para entender estas dinámicas. A través de cuestionarios auto-administrados en tablets durante tres momentos del año académico del hemisferio norte (diciembre de 2015, marzo 2016 y junio 2016), se les preguntó a los escolares de escuelas de Torino sobre sintomatología depresiva y se les pidió identificar a compañeros que les agradaban y desagradaban. Los resultados mostraron que los adolescentes con síntomas depresivos eran menos propensos a aceptar otros y más propensos a rechazar a otros, en comparación con sus pares sin síntomas depresivos. Sin embargo, estudiantes con síntomas depresivos no eran más rechazados ni menos aceptados por sus pares. Novedad de la investigación Estos hallazgos refuerzan la idea de que la depresión podría distorsionar la percepción social, llevando a los adolescentes a exagerar interacciones negativas y minimizar las positivas. Palacios sostuvo que la novedad de este estudio, publicado en la revista “Behavioral Sciences”, es la mirada desde la perspectiva de redes sociales. “Lo que brinda el análisis de redes es un detalle de la percepción de cada estudiante respecto de sus compañeros. En otros estudios, esto se realiza agregadamente, por ejemplo, cómo percibes al resto de tu clase y cómo crees que te percibe tu clase. Pero acá tenemos la percepción de cada estudiante respecto de cada uno de sus compañeros, accediendo a un nivel de detalle mucho mayor respecto a las relaciones de percepción de rechazo y aceptación ”, explicó. Otro de los resultados obtenidos es que aquellos estudiantes con sintomatología depresiva tendían a aceptar más a otros estudiantes con igual condición, pudiendo explicarse por apoyo mutuo o por la percepción de que están excluidos y solo cuentan con estudiantes de igual condición. “Estos hallazgos destacan la importancia de fomentar la creación de vínculos saludables y positivos en este grupo”, comentó Palacios, quien sostuvo que este trabajo abre la puerta para realizar otros estudios con datos de Chile.
Los objetos de gran tamaño siempre han suscitado un cierto sentimiento sobrecogedor en los seres humanos; una constante que se observa en los grandes monumentos de la antigüedad y en las admiraciones artísticas románticas de las montañas, los valles o el océano. Sin embargo, cuando estas sensaciones alcanzan dimensiones patológicas, pueden constituir un trastorno: la megalofobia. ¿Qué es la megalofobia y cuáles son sus síntomas? Las fobias son un tipo de trastorno de ansiedad caracterizado por un miedo intenso, desproporcionado e irracional ante ciertos seres, objetos o situaciones concretos. Como criterios clínicos definitorios, tienen que incluir un importante incremento de la activación vegetativa (taquicardia, sudoración, vasoconstricción periférica, enrojecimiento, palidez, malestar estomacal, sequedad de la boca...), el desencadenamiento de conductas de escape o evitación, la anticipación de consecuencias y los pensamientos de daño. Por tanto, la megalofobia se daría cuando este trastorno se manifiesta ante espacios u objetos de gran tamaño. Más específicamente, hay que señalar que este miedo no aparece ante objetos con un tamaño mayor de lo normal, sino a objetos que por su propia naturaleza sean de gran tamaño (aviones, rascacielos, montañas, animales grandes...). El problema puede llegar a ser tan intenso que las personas que lo padecen pueden incluso evitar viajar en aviones, sentir miedo al pasar junto a camiones en la carretera, faltar al trabajo, retirarse a vivir al medio rural... ¿Se puede tratar? El tratamiento de las fobias, afortunadamente, ha sido ampliamente estudiado y en la actualidad disponemos de enfoques contrastados con un amplio recorrido. Por ejemplo, el profesional puede optar por la terapia conductual, basada en técnicas como el entrenamiento en relajación o ejercicios de respiración. Una de las estrategias más eficaces dentro de este enfoque consiste en la terapia por exposición, en la que se confronta al paciente de manera gradual con el objeto de su fobia. Otra posibilidad es la terapia cognitiva, basada en el diálogo entre terapeuta y paciente para que éste pueda identificar los pensamientos irracionales, analizarlos y reemplazarlos por una perspectiva racional y más adaptativa. Finalmente, en ciertos casos este tipo de terapias pueden combinarse con enfoques farmacológicos, destinados sobre todo al manejo de los síntomas para evitar el impacto negativo del trastorno en la vida diaria. Con todo, esta no es la vía más empleada ni la preferente en el abordaje de las fobias.
El último estudio de Laborum 2024, arrojó que el 89% de trabajadores chilenos experimentan «síndrome de burnout«, caracterizado por altos niveles de agotamiento emocional, y de estrés que incide en una disminución de la productividad, y en el bienestar laboral, afectando como consecuencia la salud mental y física de las personas. La especialista en Psicología Organizacional y docente de la carrera de Psicología de la Universidad de O’Higgins (UOH), Alejandra Pallamar, explica que el burnout se genera producto de la vivencia o acumulación crónica de estrés. No obstante, la experta advierte que «no se puede concluir que las personas estén experimentando realmente el síndrome o trastorno del burnout propiamente dicho, debido que el instrumento utilizado para hacer la indagación, no es el específico para diagnosticar esta condición, aunque sí explora diversas sintomatologías asociadas al desinterés en el trabajo, distanciamiento emocional, cansancio crónico y el agotamiento constante». Aclara que el burnout es un tipo de fatiga crónica y grave, que se genera gracias al aumento de estrés laboral o ‘desgaste profesional’, como lo acuñaron los psicólogos americanos Freudenberger y Maslach en los años 70 y 80, que -en principio- se relacionó a trabajos en servicios sociales que implicaban vincularse emocionalmente con personas, con mucha dedicación, compromiso y poca retribución. Cifras en crecimiento Para la experta, esta cifra es igual de alarmante, más allá de que haya sido producto de un diagnóstico relacionado al desgaste excesivo que afectan las condiciones laborales en Chile. “Los números coinciden con cifras previas respecto de otras mediciones del estrés en el país, y en el mundo que muestran un aumento sistemático, especialmente después del 2018. Hay que recordar que ya en la Encuesta Nacional de Condiciones de Empleo, Trabajo y Salud (ENET, 2011) los principales síntomas asociados al trabajo en Chile serían la fatiga, dolores de cabeza, trastornos del sueño, tensión e irritabilidad”, destaca Pallamar. La psicóloga señala que existen otros indicadores relevantes, como es el aumento de las enfermedades profesionales relacionadas con la salud mental, que en 2022 y 2023 representaron más del 60% del total, un notable aumento respecto al 41% en 2014. Advierte que este cambio refleja que los trastornos mentales, no son, solo una preocupación laboral, sino también una urgencia social, puesto que constituyen la principal causa de licencias médicas, desplazando a condiciones físicas como problemas osteomusculares o respiratorias que existieron en el pasado. “Estas alertas nos están llegando hace ya varios años, y el mensaje principal es que no van a desaparecer por si solas, por lo que habría que hacer cambios inmediatos para evitar una mayor implosión. Para ello se requiere tener sentido de urgencia y acción, considerando que las vivencias del estrés son muy debilitantes de la vida laboral y de la productividad en los países desarrollados o en vías de desarrollo”. Atender las causas A este respecto, Pallamar sugiere activar de forma permanente los mecanismos que Chile tiene para mitigar este tipo de afectaciones y sus repercusiones en la salud metal, como el Cuestionario de Evaluación Ambiental Laboral – Salud Mental (CEAL-SM), que es esencial para evaluar el estrés en el trabajo. Sin embargo, a menudo se utiliza de forma aislada, por lo que la clave es aplicarlos de forma continua y adaptada a cada empresa, permitiendo soluciones sostenibles y efectivas que beneficien a trabajadores, trabajadoras y a las organizaciones. «También debemos abordar los puntos críticos que sabemos que están en el origen de estas experiencias, y sus principales causas de estrés laboral, como la sobrecarga, el desbalance trabajo-vida, el conflicto en el trabajo, clima hostil, falta de apoyo social, liderazgos disfuncionales y cultura organizacional estresante, así como las retribuciones y reconocimientos, respecto de lo que entregan las personas», concluye Pallamar.
La época navideña es sinónimo de luces, villancicos, reuniones familiares, regalos, alegría y buenos deseos; sin embargo, existen muchas personas que sufren una profunda tristeza al llegar estas fechas. Es lo que se ha dado en llamar depresión navideña, una dolencia que no conviene pasar por alto. ¿Qué es la depresión navideña o depresión blanca? Navidad y depresión están más unidas de lo que a priori pudiese parecer, ya que existen personas que experimentan una gran tristeza durante estas fechas. La depresión navideña —también conocida como depresión blanca o blues de Navidad— es un estado de ánimo negativo que algunas personas sufren cuando llega esta época del año. Realmente está considerada como un síndrome, puesto que la mayor parte de manuales de diagnóstico psiquiátrico no la reconocen. Sin embargo, muchos profesionales la plantean como un Trastorno Afectivo Estacional (TAE). Así pues, la depresión blanca se relaciona con la Navidad en el hemisferio norte, que cuenta con días más cortos y una considerable disminución de la luz solar. La falta de luz incide directamente en la generación de diversos transmisores cerebrales, como la serotonina, y con menor cantidad de serotonina es más fácil sucumbir a la tristeza. Síntomas de la depresión navideña Cuando se sufre depresión navideña, suelen aparecer síntomas como estos: Carencia de energía y de fuerza. Irritabilidad, molestarse por cualquier cosa. Aparición de ideas muy negativas y desesperanzadoras. Permanente sensación de cansancio. Falta de interés por asuntos que antes sí despertaban nuestra atención. Ganas de estar en soledad, rehusando el contacto con otras personas. Sensación persistente de tristeza durante varios días seguidos. Aunque la aparición de la tristeza en Navidad puede ser relativamente frecuente, cuando se presentan varios de estos síntomas es importante compartirlo con alguien y, sobre todo, tratar de ponerle solución a través de las múltiples terapias contra la depresión que existen hoy en día. ¿Por qué siento tanta tristeza en Navidad? Sufrir depresión en Navidad puede tener causas diversas, pero en general los principales motivos que ocasionan este trastorno pasan por: Ausencia de seres queridos. Las fiestas navideñas intensifican el sentimiento de pérdida de las personas amadas que ya no están, haciendo que se sufra una tristeza profunda al acercarse estas fechas. Estrés. Lo que implica hoy en día la Navidad acarrea toda una serie de compromisos que no todo el mundo sabe manejar. Comprar regalos, preparar comidas y cenas, ocuparse de la organización de los eventos, acudir a reuniones con amigos y familiares, etc., son tareas que pueden generar demasiado estrés. Conflictos familiares. La imposición de reunirse con la familia durante esta época ocasiona, en muchos casos, litigios y enfrentamientos. Las personas que no gestionan bien este tipo de conflictos es posible que vayan acumulando un poso emocional negativo que provocará el rechazo a futuros encuentros de este tipo. El hecho de no tener a nadie con quien celebrar estas fiestas, también hace posible la aparición de la tristeza. Quedarse solo en estas fechas puede ser el desencadenante de la depresión navideña para muchas personas. Aunque este tipo de trastornos se producen a cualquier edad, la depresión en ancianos cuando llega la Navidad resulta especialmente preocupante, ya que, por lo general, son más reacios a pedir ayuda. ¿Cómo combatir la depresión blanca? El blues navideño puede suponer todo un desafío para quienes lo sufren; sin embargo, existen determinadas estrategias que resultan efectivas para hacerle frente. Estas son algunas de las claves para abordar la depresión blanca: Gestionar las expectativas. Se trata de establecer metas realistas para las celebraciones y aceptar que no todo tiene que ser perfecto. Así, es necesario priorizar la tranquilidad y el bienestar propios, por encima de las presiones sociales. Mantener rutinas saludables. No abandonar hábitos positivos —como el deporte, la meditación o una buena alimentación— resulta fundamental para manejar los pensamientos negativos. Estas prácticas pueden ayudar a preservar el equilibrio emocional durante las fiestas. Aprender a decir «no». Es necesario establecer ciertos límites y no sentirse obligado a cumplir con todo el mundo, si realmente no nos apetece. La salud mental requiere dedicarle tiempo a actividades que se disfruten. Buscar apoyo. Mantener las conexiones sociales y exponer nuestros sentimientos con la gente de confianza resulta muy beneficioso. Practicar el autocuidado. Reservar tiempo para uno mismo y realizar actividades que resulten relajantes y agradables tiene efectos muy positivos. Hacer voluntariado. Ayudar a otros puede mejorar el estado anímico propio y, sobre todo, ofrecer una nueva perspectiva. Ayuda profesional. Si los síntomas persisten o se agravan, lo mejor es consultar a un profesional de la salud mental, como un psicólogo o psicoterapeuta. Navidad y depresión: ¿un problema real? Los especialistas en salud mental señalan que las personas que padecen depresión pueden padecer un empeoramiento de su enfermedad en la época navideña. El hecho de que durante las Navidades se haya generalizado la idea de que todo el mundo debe ser amable, empático y estar alegre, provoca ansiedad en algunas personas y puede llevarlas al estado contrario, es decir: a una profunda tristeza y apatía. En Navidad existen lo que algunos expertos denominan imposiciones contradictorias de esta época que, si se cae en ellas, pueden desencadenar algún tipo de trastorno. A saber: Hay que pasar unas fiestas felices, independientemente de si se está triste. Es obligatorio pasar la Navidad en familia, aunque el resto del año no exista relación con esos parientes o falten seres queridos. Se deben comprar regalos, incluso cuando la situación económica no lo permite. Hay que organizar las celebraciones perfectas, aunque no apetezca cocinar ni adornar la casa. Todas estas exigencias impuestas por la época del año provocan que muchas personas se sientan superadas y precisen de ayuda profesional. La depresión navideña es un trastorno temporal que, con las estrategias adecuadas, se puede superar de una manera más positiva y saludable.
Las redes sociales se han convertido en una parte integral de la vida moderna, permitiendo a las personas conectarse con amigos y familiares, compartir sus pensamientos y experiencias y mantenerse al día con las últimas noticias y tendencias. Aunque sin duda nos ha traído muchos beneficios, incluida una mayor conexión social, también se les puede asociar con un aumento de la soledad y el aislamiento. Según un estudio reciente de Harvard, el 36% de todos los estadounidenses incluido el 61% de los adultos jóvenes y el 51% de las madres con niños pequeños— sienten una soledad grave. La mayoría de nosotros, de hecho, elegimos Facebook, Instagram, TikTok o Twitter en lugar de tocar guitarra, salir a caminar con un amigo o cantar a toda voz algunas canciones de karaoke. En 2023, la persona promedio pasó cada día dos horas y 31 minutos en las redes sociales. Las plataformas de redes sociales como Facebook, Twitter e Instagram nos permiten mantenernos en contacto con personas que quizás no veamos regularmente. Podemos ponernos al día con viejos amigos, mantenernos en contacto con familiares que viven lejos y conectarnos con personas que comparten nuestros intereses y pasatiempos. Sin embargo, esta conexión virtual no es lo mismo que la interacción cara a cara, que resulta esencial para construir y mantener relaciones cercanas. Si bien podemos estar en contacto con más personas a través de las redes sociales, es posible que nos sintamos menos conectados a ellas que si las viéramos en persona. El problema con las redes sociales es que pueden crear una ilusión de conexión social que no es necesariamente precisa. Podemos tener muchos seguidores o amigos en las redes sociales, pero ¿cuántas de esas conexiones son realmente significativas ? Muchas personas pueden sentir que forman parte de una gran comunidad en línea, pero esto puede ocultar el hecho de que no tienen relaciones cercanas y personales en el mundo físico. Las investigaciones han demostrado que las personas que pasan más tiempo en las redes sociales tienden a tener menos relaciones cercanas y niveles más bajos de apoyo social que las que pasan menos tiempo en estas plataformas. El problema con las redes sociales es que pueden crear una ilusión de conexión social que no es necesariamente precisa. El 64% de los estadounidenses dice que las redes sociales tienen un efecto principalmente negativo en cómo van las cosas en Estados Unidos hoy en día. Las redes sociales también pueden generar sentimientos de envidia y celos, que pueden contribuir a la soledad. Cuando vemos las publicaciones cuidadosamente seleccionadas y editadas de nuestros amigos y conocidos, es fácil sentir que nos estamos perdiendo algo. Podemos sentir que todos los demás están viviendo una vida más emocionante y plena que la nuestra, lo que puede generar sentimientos de insuficiencia y soledad. Las redes sociales pueden crear una sensación de comparación social de la que es difícil escapar, y esto puede ser perjudicial para nuestra salud mental. La soledad no es solo un estado psicológico; también puede tener consecuencias físicas. Las personas crónicamente solas pueden ser más susceptibles a problemas de salud como enfermedades cardíacas, presión arterial alta y sistemas inmunitarios debilitados. También pueden tener un mayor riesgo de depresión y ansiedad. Dadas las posibles consecuencias negativas de la soledad, es importante ser consciente del impacto de las redes sociales en nuestra conexión social. Entonces, ¿qué podemos hacer para mitigar los riesgos de la soledad inducida por las redes sociales? En primer lugar, debemos reconocer que las redes sociales no son un sustituto de la interacción social en la vida real. Si bien puede ser útil para mantenerse en contacto con las personas, no debería ser nuestro único medio de conexión social. Necesitamos esforzarnos por pasar tiempo físicamente con las personas, ya sea para tomar un café o asistir a un evento social. Incluso si no podemos ver a nuestros amigos y familiares con la frecuencia que nos gustaría, aún podemos esforzarnos por mantenernos conectados a través de llamadas telefónicas, chats de video y otras formas de comunicación. También es importante ser conscientes del impacto de las redes sociales en nuestra salud mental. Si nos sentimos celosos o inquietos después de revisar nuestros feeds de redes sociales, es posible que necesitemos alejarnos un poco de estas plataformas. También podemos esforzarnos por seleccionar cuidadosamente nuestro contenido de redes sociales para incluir contenido positivo y alentador en lugar de negativo y desencadenante. Una investigación publicada en el Journal of Social and Clinical Psychology indicó que limitar el tiempo de las personas en aplicaciones sociales como Facebook y Snapchat a diez minutos por día reducía significativamente los sentimientos de soledad y depresión. Según los investigadores, el punto óptimo puede ser de unos 30 minutos o menos por día. Por último, debemos reconocer que la soledad es una experiencia común y que está bien buscar ayuda. Ya sea hablar con un amigo o familiar de confianza, unirse a un grupo social o una organización comunitaria, o buscar ayuda profesional de un terapeuta o consejero.
Un estudio buscó ahondar por primera vez cómo los adolescentes con síntomas depresivos perciben sus relaciones sociales de aceptación y rechazo con sus compañeros. El trabajo, realizado por Diego Palacios, académico del Centro de Investigación en Sociedad y Salud (CISS) de la Universidad Mayor, en colaboración con investigadores de Italia, analizó datos de 275 estudiantes italianos de en promedio 11,8 años para entender estas dinámicas. A través de cuestionarios auto-administrados en tablets durante tres momentos del año académico del hemisferio norte (diciembre de 2015, marzo 2016 y junio 2016), se les preguntó a los escolares de escuelas de Torino sobre sintomatología depresiva y se les pidió identificar a compañeros que les agradaban y desagradaban. Los resultados mostraron que los adolescentes con síntomas depresivos eran menos propensos a aceptar otros y más propensos a rechazar a otros, en comparación con sus pares sin síntomas depresivos. Sin embargo, estudiantes con síntomas depresivos no eran más rechazados ni menos aceptados por sus pares. Novedad de la investigación Estos hallazgos refuerzan la idea de que la depresión podría distorsionar la percepción social, llevando a los adolescentes a exagerar interacciones negativas y minimizar las positivas. Palacios sostuvo que la novedad de este estudio, publicado en la revista “Behavioral Sciences”, es la mirada desde la perspectiva de redes sociales. “Lo que brinda el análisis de redes es un detalle de la percepción de cada estudiante respecto de sus compañeros. En otros estudios, esto se realiza agregadamente, por ejemplo, cómo percibes al resto de tu clase y cómo crees que te percibe tu clase. Pero acá tenemos la percepción de cada estudiante respecto de cada uno de sus compañeros, accediendo a un nivel de detalle mucho mayor respecto a las relaciones de percepción de rechazo y aceptación ”, explicó. Otro de los resultados obtenidos es que aquellos estudiantes con sintomatología depresiva tendían a aceptar más a otros estudiantes con igual condición, pudiendo explicarse por apoyo mutuo o por la percepción de que están excluidos y solo cuentan con estudiantes de igual condición. “Estos hallazgos destacan la importancia de fomentar la creación de vínculos saludables y positivos en este grupo”, comentó Palacios, quien sostuvo que este trabajo abre la puerta para realizar otros estudios con datos de Chile.
Los objetos de gran tamaño siempre han suscitado un cierto sentimiento sobrecogedor en los seres humanos; una constante que se observa en los grandes monumentos de la antigüedad y en las admiraciones artísticas románticas de las montañas, los valles o el océano. Sin embargo, cuando estas sensaciones alcanzan dimensiones patológicas, pueden constituir un trastorno: la megalofobia. ¿Qué es la megalofobia y cuáles son sus síntomas? Las fobias son un tipo de trastorno de ansiedad caracterizado por un miedo intenso, desproporcionado e irracional ante ciertos seres, objetos o situaciones concretos. Como criterios clínicos definitorios, tienen que incluir un importante incremento de la activación vegetativa (taquicardia, sudoración, vasoconstricción periférica, enrojecimiento, palidez, malestar estomacal, sequedad de la boca...), el desencadenamiento de conductas de escape o evitación, la anticipación de consecuencias y los pensamientos de daño. Por tanto, la megalofobia se daría cuando este trastorno se manifiesta ante espacios u objetos de gran tamaño. Más específicamente, hay que señalar que este miedo no aparece ante objetos con un tamaño mayor de lo normal, sino a objetos que por su propia naturaleza sean de gran tamaño (aviones, rascacielos, montañas, animales grandes...). El problema puede llegar a ser tan intenso que las personas que lo padecen pueden incluso evitar viajar en aviones, sentir miedo al pasar junto a camiones en la carretera, faltar al trabajo, retirarse a vivir al medio rural... ¿Se puede tratar? El tratamiento de las fobias, afortunadamente, ha sido ampliamente estudiado y en la actualidad disponemos de enfoques contrastados con un amplio recorrido. Por ejemplo, el profesional puede optar por la terapia conductual, basada en técnicas como el entrenamiento en relajación o ejercicios de respiración. Una de las estrategias más eficaces dentro de este enfoque consiste en la terapia por exposición, en la que se confronta al paciente de manera gradual con el objeto de su fobia. Otra posibilidad es la terapia cognitiva, basada en el diálogo entre terapeuta y paciente para que éste pueda identificar los pensamientos irracionales, analizarlos y reemplazarlos por una perspectiva racional y más adaptativa. Finalmente, en ciertos casos este tipo de terapias pueden combinarse con enfoques farmacológicos, destinados sobre todo al manejo de los síntomas para evitar el impacto negativo del trastorno en la vida diaria. Con todo, esta no es la vía más empleada ni la preferente en el abordaje de las fobias.
El último estudio de Laborum 2024, arrojó que el 89% de trabajadores chilenos experimentan «síndrome de burnout«, caracterizado por altos niveles de agotamiento emocional, y de estrés que incide en una disminución de la productividad, y en el bienestar laboral, afectando como consecuencia la salud mental y física de las personas. La especialista en Psicología Organizacional y docente de la carrera de Psicología de la Universidad de O’Higgins (UOH), Alejandra Pallamar, explica que el burnout se genera producto de la vivencia o acumulación crónica de estrés. No obstante, la experta advierte que «no se puede concluir que las personas estén experimentando realmente el síndrome o trastorno del burnout propiamente dicho, debido que el instrumento utilizado para hacer la indagación, no es el específico para diagnosticar esta condición, aunque sí explora diversas sintomatologías asociadas al desinterés en el trabajo, distanciamiento emocional, cansancio crónico y el agotamiento constante». Aclara que el burnout es un tipo de fatiga crónica y grave, que se genera gracias al aumento de estrés laboral o ‘desgaste profesional’, como lo acuñaron los psicólogos americanos Freudenberger y Maslach en los años 70 y 80, que -en principio- se relacionó a trabajos en servicios sociales que implicaban vincularse emocionalmente con personas, con mucha dedicación, compromiso y poca retribución. Cifras en crecimiento Para la experta, esta cifra es igual de alarmante, más allá de que haya sido producto de un diagnóstico relacionado al desgaste excesivo que afectan las condiciones laborales en Chile. “Los números coinciden con cifras previas respecto de otras mediciones del estrés en el país, y en el mundo que muestran un aumento sistemático, especialmente después del 2018. Hay que recordar que ya en la Encuesta Nacional de Condiciones de Empleo, Trabajo y Salud (ENET, 2011) los principales síntomas asociados al trabajo en Chile serían la fatiga, dolores de cabeza, trastornos del sueño, tensión e irritabilidad”, destaca Pallamar. La psicóloga señala que existen otros indicadores relevantes, como es el aumento de las enfermedades profesionales relacionadas con la salud mental, que en 2022 y 2023 representaron más del 60% del total, un notable aumento respecto al 41% en 2014. Advierte que este cambio refleja que los trastornos mentales, no son, solo una preocupación laboral, sino también una urgencia social, puesto que constituyen la principal causa de licencias médicas, desplazando a condiciones físicas como problemas osteomusculares o respiratorias que existieron en el pasado. “Estas alertas nos están llegando hace ya varios años, y el mensaje principal es que no van a desaparecer por si solas, por lo que habría que hacer cambios inmediatos para evitar una mayor implosión. Para ello se requiere tener sentido de urgencia y acción, considerando que las vivencias del estrés son muy debilitantes de la vida laboral y de la productividad en los países desarrollados o en vías de desarrollo”. Atender las causas A este respecto, Pallamar sugiere activar de forma permanente los mecanismos que Chile tiene para mitigar este tipo de afectaciones y sus repercusiones en la salud metal, como el Cuestionario de Evaluación Ambiental Laboral – Salud Mental (CEAL-SM), que es esencial para evaluar el estrés en el trabajo. Sin embargo, a menudo se utiliza de forma aislada, por lo que la clave es aplicarlos de forma continua y adaptada a cada empresa, permitiendo soluciones sostenibles y efectivas que beneficien a trabajadores, trabajadoras y a las organizaciones. «También debemos abordar los puntos críticos que sabemos que están en el origen de estas experiencias, y sus principales causas de estrés laboral, como la sobrecarga, el desbalance trabajo-vida, el conflicto en el trabajo, clima hostil, falta de apoyo social, liderazgos disfuncionales y cultura organizacional estresante, así como las retribuciones y reconocimientos, respecto de lo que entregan las personas», concluye Pallamar.
La época navideña es sinónimo de luces, villancicos, reuniones familiares, regalos, alegría y buenos deseos; sin embargo, existen muchas personas que sufren una profunda tristeza al llegar estas fechas. Es lo que se ha dado en llamar depresión navideña, una dolencia que no conviene pasar por alto. ¿Qué es la depresión navideña o depresión blanca? Navidad y depresión están más unidas de lo que a priori pudiese parecer, ya que existen personas que experimentan una gran tristeza durante estas fechas. La depresión navideña —también conocida como depresión blanca o blues de Navidad— es un estado de ánimo negativo que algunas personas sufren cuando llega esta época del año. Realmente está considerada como un síndrome, puesto que la mayor parte de manuales de diagnóstico psiquiátrico no la reconocen. Sin embargo, muchos profesionales la plantean como un Trastorno Afectivo Estacional (TAE). Así pues, la depresión blanca se relaciona con la Navidad en el hemisferio norte, que cuenta con días más cortos y una considerable disminución de la luz solar. La falta de luz incide directamente en la generación de diversos transmisores cerebrales, como la serotonina, y con menor cantidad de serotonina es más fácil sucumbir a la tristeza. Síntomas de la depresión navideña Cuando se sufre depresión navideña, suelen aparecer síntomas como estos: Carencia de energía y de fuerza. Irritabilidad, molestarse por cualquier cosa. Aparición de ideas muy negativas y desesperanzadoras. Permanente sensación de cansancio. Falta de interés por asuntos que antes sí despertaban nuestra atención. Ganas de estar en soledad, rehusando el contacto con otras personas. Sensación persistente de tristeza durante varios días seguidos. Aunque la aparición de la tristeza en Navidad puede ser relativamente frecuente, cuando se presentan varios de estos síntomas es importante compartirlo con alguien y, sobre todo, tratar de ponerle solución a través de las múltiples terapias contra la depresión que existen hoy en día. ¿Por qué siento tanta tristeza en Navidad? Sufrir depresión en Navidad puede tener causas diversas, pero en general los principales motivos que ocasionan este trastorno pasan por: Ausencia de seres queridos. Las fiestas navideñas intensifican el sentimiento de pérdida de las personas amadas que ya no están, haciendo que se sufra una tristeza profunda al acercarse estas fechas. Estrés. Lo que implica hoy en día la Navidad acarrea toda una serie de compromisos que no todo el mundo sabe manejar. Comprar regalos, preparar comidas y cenas, ocuparse de la organización de los eventos, acudir a reuniones con amigos y familiares, etc., son tareas que pueden generar demasiado estrés. Conflictos familiares. La imposición de reunirse con la familia durante esta época ocasiona, en muchos casos, litigios y enfrentamientos. Las personas que no gestionan bien este tipo de conflictos es posible que vayan acumulando un poso emocional negativo que provocará el rechazo a futuros encuentros de este tipo. El hecho de no tener a nadie con quien celebrar estas fiestas, también hace posible la aparición de la tristeza. Quedarse solo en estas fechas puede ser el desencadenante de la depresión navideña para muchas personas. Aunque este tipo de trastornos se producen a cualquier edad, la depresión en ancianos cuando llega la Navidad resulta especialmente preocupante, ya que, por lo general, son más reacios a pedir ayuda. ¿Cómo combatir la depresión blanca? El blues navideño puede suponer todo un desafío para quienes lo sufren; sin embargo, existen determinadas estrategias que resultan efectivas para hacerle frente. Estas son algunas de las claves para abordar la depresión blanca: Gestionar las expectativas. Se trata de establecer metas realistas para las celebraciones y aceptar que no todo tiene que ser perfecto. Así, es necesario priorizar la tranquilidad y el bienestar propios, por encima de las presiones sociales. Mantener rutinas saludables. No abandonar hábitos positivos —como el deporte, la meditación o una buena alimentación— resulta fundamental para manejar los pensamientos negativos. Estas prácticas pueden ayudar a preservar el equilibrio emocional durante las fiestas. Aprender a decir «no». Es necesario establecer ciertos límites y no sentirse obligado a cumplir con todo el mundo, si realmente no nos apetece. La salud mental requiere dedicarle tiempo a actividades que se disfruten. Buscar apoyo. Mantener las conexiones sociales y exponer nuestros sentimientos con la gente de confianza resulta muy beneficioso. Practicar el autocuidado. Reservar tiempo para uno mismo y realizar actividades que resulten relajantes y agradables tiene efectos muy positivos. Hacer voluntariado. Ayudar a otros puede mejorar el estado anímico propio y, sobre todo, ofrecer una nueva perspectiva. Ayuda profesional. Si los síntomas persisten o se agravan, lo mejor es consultar a un profesional de la salud mental, como un psicólogo o psicoterapeuta. Navidad y depresión: ¿un problema real? Los especialistas en salud mental señalan que las personas que padecen depresión pueden padecer un empeoramiento de su enfermedad en la época navideña. El hecho de que durante las Navidades se haya generalizado la idea de que todo el mundo debe ser amable, empático y estar alegre, provoca ansiedad en algunas personas y puede llevarlas al estado contrario, es decir: a una profunda tristeza y apatía. En Navidad existen lo que algunos expertos denominan imposiciones contradictorias de esta época que, si se cae en ellas, pueden desencadenar algún tipo de trastorno. A saber: Hay que pasar unas fiestas felices, independientemente de si se está triste. Es obligatorio pasar la Navidad en familia, aunque el resto del año no exista relación con esos parientes o falten seres queridos. Se deben comprar regalos, incluso cuando la situación económica no lo permite. Hay que organizar las celebraciones perfectas, aunque no apetezca cocinar ni adornar la casa. Todas estas exigencias impuestas por la época del año provocan que muchas personas se sientan superadas y precisen de ayuda profesional. La depresión navideña es un trastorno temporal que, con las estrategias adecuadas, se puede superar de una manera más positiva y saludable.