Los hay de muchos sabores, suelen triunfar los días de calor y pueden alegrarnos un mal día. Efectivamente, hablamos de los helados. Pocas personas se negarían a uno, ya sea de pistacho o de chocolate, pero, ¿por qué nos gustan tanto? El origen de los helados se desconoce, aunque parece que la primera huella data de hace más de 3.000 años en Oriente, y que de ahí pasó a la India y, por último, a Grecia e Italia, desde donde se difundió al resto de Europa. Años más tarde, llegó hasta Estados Unidos y, desde entonces, este país se convirtió en el número uno tanto en producción como en consumo. Los expertos afirman que este producto funciona como exorfinas en el sistema nervioso, estas son similares a las endorfinas, pero las obtenemos a través de algunos alimentos. Estas generan una sensación de bienestar en el cerebro y, además, contribuyen a modular el estrés y la ansiedad. Asimismo, un estudio del Instituto de Psiquiatría de Londres ha confirmado que cuando comemos helado se activan las zonas del cerebro asociadas al placer. Por ello, al sentirnos tan bien al comerlo, nuestro cerebro quiere más y se crea una adicción, que controlada puede ser muy agradable. Otros estudios se remontan a muchos años atrás, cuando el ser humano era nómada y comía lo que cazaba o recolectaba. En esa etapa de la historia, los humanos asociaban los alimentos más dulces a gran ingesta calórica y fuente de energía, lo que significaba mayor probabilidad de supervivencia. Así, cuando ahora consumimos productos dulces, se activan las vías del cerebro relacionadas con la recompensa y el refuerzo. Lo que explicaría por qué las personas con a nsiedad sienten cierto confort al comer helado. Además, los helados industriales suelen llevar bastante grasa y azúcar y cuando estos dos se mezclan en el equilibrio químico perfecto nuestro cerebro lo traduce en felicidad.
Los besos son una demostración de cariño y pasión tan central en nuestro mundo que nos cuesta un poco imaginar que haya gente no se bese. Sin embargo, el beso al menos en su expresión “ sexual romántica ”, definida como “un contacto labio a labio que puede ser prolongado o no” solo está presente en el 46% de las culturas del mundo. El caso es que los besos están asociados a momentos felices y generan placer y bienestar. Hay destacar que besarse también proporciona muchos beneficios adicionales, algunos de ellos sorprendentes. 1. Ayuda a encontrar la pareja adecuada Diversas investigaciones han hallado que, en nuestras sociedades, los besos cumplen una función importante al momento de valorar si otra persona cumple las condiciones para ser la pareja adecuada. Más aún, el primer beso puede ser fundamental para la continuidad (o no) del vínculo. Y no solo al principio: besarse favorece el apego y por lo tanto fortalece la relación entre los miembros de una pareja. De hecho, las parejas que se besan más están más satisfechas con la relación, según unas encuestas a más de 900 personas de entre 18 y 63 años en el Reino Unido. También existen indicios de que las feromonas podrían desempeñar un rol fundamental en los besos. Percibirlas podría causar en las mujeres efectos positivos sobre su estado de ánimo y sobre su respuesta sexual, y eventualmente también en la selección de pareja. 2. Mejora el estado de ánimo Los besos son una especie de “droga natural”, porque generan que el cuerpo segregue una serie de sustancias que proporcionan placer. Se liberan neurotransmisores como endorfinas y oxitocina, la llamada “ hormona del amor ”. Eso explica al menos en parte el mayor apego en la pareja de los cuales los besos son a la vez causa y efecto. Además, los besos activan el sistema de recompensas del cerebro e inducen la producción de dopamina. Según un estudio realizado con resonancia magnética, el efecto de la “hormona del placer” durante un beso apasionado puede ser tan intenso que resulte similar al que generan sustancias como la cocaína o la heroína. 3. Reduce el estrés De la mano de los efectos citados en el punto anterior, aparece otro que también resulta clave: la reducción del cortisol, la “ hormona del estrés ”. Todo esto explica que, además del placer físico, los besos produzcan ese bienestar emocional que se parece tanto a olvidarse de todos los problemas, al menos por unos minutos. 4. Incrementa el deseo sexual Los besos suelen ser el primer paso en las relaciones sexuales, por el placer, el bienestar y el apego que generan en la pareja a partir de los efectos químicos ya mencionados. Y otros que se producen a la par, como la producción de serotonina, testosterona y vasopresina. 5. Fortalece el sistema inmune Los efectos positivos señalados pueden resultar evidentes y casi lógicos. Pero los besos también redundan en beneficios para la salud a menudo desconocidos e inesperados. Por ejemplo, el hecho de que el sistema inmune se beneficia del intercambio de saliva que se produce durante un beso. 6. Favorece la salud bucodental Por otro lado, más allá de la composición del microbioma bucal, los besos también estimulan la producción de saliva. Y una mayor cantidad de saliva ayuda a combatir la placa bacteriana, que es la principal causa de caries y otros problemas para la salud de los dientes y el resto de la cavidad oral. 7. Contribuye con la salud del cutis Besar ocasiona que el flujo de sangre en la zona de la cara se incremente. Y esto induce una suba en la producción de colágeno y elastina. Como estas proteínas son dos de los principales nutrientes para la piel, pues son responsables de su firmeza y elasticidad, respectivamente, se puede afirmar que los besos también revitalizan el cutis e incluso retrasan la aparición de arrugas. 8. Hace trabajar los músculos de la cara y quema calorías Ese mayor flujo de sangre se debe a que, para los músculos de la cara, dar un beso representa actividad física. Durante un beso apasionado, trabajan entre 23 y 34 músculos faciales, que pueden adoptar hasta 112 posturas y consumir hasta 26 calorías por minuto. No es que uno vaya a bajar de peso gracias a ese ejercicio, pero es sabido que cualquier actividad física es mejor que no hacer nada. Estos datos surgen también del ya citado artículo del ‘The American Journal of Medicine’. 9. Disminuye el colesterol Uno de los efectos más curiosos de besarse más radica en su efecto sobre el colesterol sérico: lo reduce, a causa de los cambios producidos a nivel hormonal y en los lípidos transportados por la sangre. Esa fue una de las conclusiones de un estudio que también corroboró que la mayor frecuencia en los besos se corresponde con parejas menos estresadas y más satisfechas con la relación. 10. Aumenta la calidad de vida Otros estudios señalan que los besos alivian los efectos de ciertas alergias. Y hasta existe un trabajo que data de la década de 1980, en Alemania, que afirmaba que los hombres y las mujeres que besaban a sus parejas por la mañana al partir rumbo a su trabajo vivían una media de cinco años más que aquellos que no daban ese beso matinal. Y no solo eso: según ese texto, las personas del primer grupo también sufrían menos enfermedades y accidentes automovilísticos e incluso ganaban entre un 20% y un 35% más dinero que los del segundo grupo. En definitiva, los efectos de besar son tantos y tan positivos que no hay razón para no hacerlo siempre que sea posible.
Seguramente te pasa o te ha pasado. Es normal y frecuente que vivamos postergando ciertas cosas que debemos o qué queremos hacer. Vemos a diario ejemplos comunes de esta actitud. Cuántas veces hemos dicho: “sin falta el lunes empiezo la dieta”, luego, llega el lunes y nada. O bien, “el mes próximo empiezo el gimnasio”, o “mañana ordeno los cajones” y pasan los meses y no hacemos nada. O, “la semana próxima empiezo a estudiar para mi examen” y llegamos al examen sin haber estudiado nada. Y así innumerables acciones de nuestra vida van siendo postergadas. Bien, la pregunta es: ¿por qué no hacemos las cosas hoy? ¿Por qué no concretamos lo que queremos o lo que tenemos qué hacer? ¿Qué nos lleva a dejar las cosas para más tarde? ¿Y lo que es peor, qué inconvenientes nos trae? Hay una respuesta a esas preguntas: esta tendencia a postergar se llama procrastinación. La procrastinación es el hábito de postergar o retrasar las tareas que se deben hacer. Los motivos de esta postergación pueden ser muchos, entre ellos, falta de motivación, miedo, miedo al fracaso, estrés, dificultad o aburrimiento. Claro está, que todos posponemos algo de vez en cuando. Pero aquí estamos hablando de las personas que postergan casi todo, todo el tiempo. Así, los procrastinadores evitan continuamente las tareas que les resultan difíciles y busca distracciones que les permitan evadirse. La cuestión es que la procrastinación suele tener consecuencias negativas para la calidad de vida. Afecta el rendimiento académico, laboral o personal, y genera pérdida de tiempo, estrés, ansiedad, culpa, frustración o baja autoestima. Además, vivir con la carga mental de cosas pendientes, que queremos o que tenemos que hacer es abrumante y trae problemas en el ánimo. ¿Por qué procrastinamos? Las causas de la procrastinación pueden ser diversas, dependen de cada persona y de cada situación. Las más comunes son: Falta de interés por las tareas que se deben realizar. Miedo al fracaso, al rechazo, a la crítica o a la responsabilidad. Dificultad para tomar decisiones. Miedo al futuro y a las consecuencias de nuestras decisiones. Perfeccionismo. Autoexigencia excesiva que impide hacer las tareas Distracciones que desvían la atención de las tareas importantes. Pereza. Baja confianza en uno mismo para afrontar las tareas. ¿Cuáles son las situaciones de la vida que más procrastinamos? En general se tiende a procrastinar aquello que implica un esfuerzo. Ya sea porque son actividades que no nos gustan, o porque nos da temor lo que pueda resultar, o porque no nos sentimos capaces de enfrentarlo. Algunas de ellas son: Las tareas diarias: ordenar, sacar la basura, limpiar la casa, planchar, hacer los deberes, estudiar, arreglar algo que se ha roto en casa, etc. El cuidado personal: dejar de fumar, hacer más ejercicio, hacer dieta, estudiar algo nuevo. La salud: ir al médico, ocuparse de algo que no está bien en nuestro cuerpo. Las decisiones laborales: pedir aumento, cambiar de empleo, etc. Las decisiones que nos estresan: los cambios, las rupturas, etc. ¿Cómo dejar de procrastinar? Las soluciones para la procrastinación dependen de cada persona y situación, pero algunas de las más efectivas son: Dividir las tareas complejas en tareas más pequeñas y sencillas. Planificar el tiempo eliminando las distracciones. Buscar fuentes de motivación e interés por las tareas, como recompensas, beneficios, reconocimiento o aprendizaje. Afrontar los miedos que generan ansiedad y bloqueo. Ser flexible y realista con las expectativas y los resultados, aceptando los errores como oportunidades de mejora. Establecer objetivos claros, específicos, medibles, alcanzables, con plazos definidos La regla de los 2 minutos La regla de los dos minutos es una técnica de productividad que puede serte de ayuda. Consiste en que, si puedes hacer algo en menos de dos minutos, entonces hazlo. El objetivo de la regla de los dos minutos es que dejes de pensar en lo que hay que hacer y simplemente lo hagas. 1. Si toma menos de 2 minutos, hazlo ahora. Ni te imaginas la cantidad de cosas que pueden hacerse en menos de dos minutos. Verás que hay muchas cosas que nos parecen gigantes y sólo nos llevarían 2 minutos para resolverlas, por ejemplo, lavar los platos después de comer, meter la ropa en la lavadora, sacar la basura o recoger lo que dejaste tirado, etc. Hacer llamadas pendientes, contestar un mensaje de trabajo, etc. 2. Al iniciar un nuevo hábito, éste debe tomar menos de dos minutos para hacerlo. Si estás tratando de construir nuevos hábitos la regla de los dos minutos te ayudará. No olvides que una vez que empiezas a hacer algo, es más fácil seguir haciéndolo. Si quieres aprender un idioma empieza aprendiendo una frase por día; si quieres comer más saludable, come una fruta, si quieres ser más amable, sonríe. Dos minutos y puedes iniciar un nuevo hábito. Ahora, manos a la obra. Ponte en acción y no permitas que tu vida se convierta en una lista de tareas pendientes
El estrés se define como una sensación de tensión mental y preocupación desencadenada, en general, por circunstancias adversas. Este estado, que es inherente a la condición humana, actúa como respuesta instintiva y natural frente a diversos estímulos desafiantes. La manera en que los individuos lo gestionan determina su impacto en la salud y el bienestar, tal como indica la Organización Mundial de la Salud (OMS). Si bien en general el estrés ha sido asociado a los adultos y a la vorágine de su vida cotidiana, ahora, la ciencia puso el foco en los jóvenes, ya que un estudio liderado por expertos de la Universidad Estatal de Carolina del Norte planteó que pueden experimentar “sensaciones de envejecimiento” en días estresantes, especialmente cuando sienten que tienen menos control sobre sus vidas Esta investigación liderada por Shevaun Neupert, profesor de psicología en la Universidad Estatal de Carolina del Norte, arrojó luz sobre cómo personas de entre 18 y 36 años pueden sentir los efectos del estrés en su percepción de la edad y en su bienestar físico y mental. El trabajo, titulado “El efecto de las creencias de control sobre la relación entre los factores estresantes diarios y la edad subjetiva en adultos más jóvenes”, fue publicado en la revista Mental Health Science. “La literatura nos dice que, cuando las personas mayores se sienten mayores de lo que realmente son, eso se asocia con una serie de resultados de salud negativos. Sin embargo, hay poca investigación que examine este problema en adultos más jóvenes: personas en la adolescencia y entre 20 y 30 años de edad. Una comprensión más profunda de este fenómeno en todos los grupos de edad podría ayudarnos a desarrollar intervenciones que protejan nuestro bienestar físico y mental”, dijo Neupert en un comunicado. Y agregó: “Este trabajo puede ser particularmente oportuno, ya que los investigadores del estrés están viendo un aumento en la cantidad de estrés que los adultos más jóvenes experimentan ahora en comparación con la cantidad de estrés que experimentaron las generaciones anteriores cuando eran jóvenes”. Para llegar a estas conclusiones, los expertos recolectaron datos de 107 adultos jóvenes, con edades comprendidas entre los 18 y 36 años, a través de encuestas diarias que se realizaron durante ocho días consecutivos. Estas encuestas buscaban capturar el nivel de estrés, la percepción de control sobre la vida y la edad subjetiva de los participantes. “Los participantes informaron haber experimentado niveles más altos de estrés de lo normal, también informaron verse y sentirse mayores. No obstante, esto sólo fue cierto en los días en que también consignaron sentir que tenían menos control sobre sus vidas del que normalmente tenían”, desarrolló Neupert. “Esto nos dice que el fenómeno del estrés que hace que las personas se sientan mayores no se limita a los adultos mayores. también les sucede a los jóvenes. Hay investigaciones que nos dicen que el estrés hace que los adultos mayores sientan su edad, o incluso se sientan mayores de lo que realmente son. También vale la pena señalar que tanto los niveles de estrés como los niveles de control eran relativos”, apuntó el autor. Al tiempo que concluyó: “Es importante porque sabemos que experimentar estrés crónico con el tiempo puede tener efectos adversos y que las personas generalmente informan niveles crecientes de estrés a medida que pasan de la edad adulta joven a la mediana edad, entre los 40 y los 50 años. Si estos jóvenes ya están experimentando niveles históricamente altos de estrés para su edad, y ese estrés está afectando su edad, será importante que prestemos mucha atención a los marcadores que utilizamos para evaluar el estrés físico y mental relacionado con la salud para esta generación”.
Las vacaciones son fundamentales para recuperarnos del trasiego anual, son una forma de tomarse un respiro, disfrutar y desconectar de las obligaciones laborales. Aprende a prevenir el estrés. Sin embargo, para algunas personas, las vacaciones suponen “el despertador de todos los conflictos” personales e interpersonales convirtiéndose en una fuente de ansiedad y estrés. De la misma manera el cambio del ritmo de vida vacacional a las exigencias de la vida laboral, suelen tener unas repercusiones en nuestro organismo, el cual necesita un tiempo para adaptarse a las exigencias de la rutina. El estrés es una respuesta de nuestro organismo que aparece ante la percepción de que las demandas del medio sobrepasan nuestra capacidad para afrontarlas. Cualquier cambio en nuestra vida, nos puede generar estrés. En función de cómo valoremos las consecuencias de dicha situación o cambio, es estrés puede ser positivo ( eutrés) o negativo ( distrés). El estrés es una respuesta automática e involuntaria que implica un importante aumento de los niveles de activación fisiológica y psicológica pudiendo desencadenar paralelamente una reacción de ansiedad. Si las respuestas de estrés negativo se repiten con excesiva frecuencia, intensidad o duración, pueden producir un desgaste importante y facilitar el agotamiento de los recursos personales (físicos y psicológicos), desencadenando en problemáticas: Psicológicas: Problemas de relación familiar y social, insomnio, irritabilidad, dificultad en la concentración, atención y memoria, cambio del estado de ánimo, sensación de insatisfacción, etc. Físicas: Úlceras, mareos, dolores de cabeza, tensión muscular, cansancio, dolores abdominales, problemas dermatológicos, problemas sexuales, problemas endocrinos, etc. Conductuales: Evitar situaciones temidas, hacer rituales, tics, llorar, tartamudear, fumar, beber o comer en exceso, tomar ansiolíticos por sistema, etc. Algunos consejos para prevenir el estrés tras las vacaciones : Plantearse expectativas realistas a nuestro regreso. Fomentar espacios personales que favorezcan la relajación (leer, contemplar, reflexionar, practicar algún hobbie). Durante las vacaciones es importante distanciarse de la rutina y aprender a “desconectar”. Pero al regreso es también importante, descansar y desconectar del trabajo, tratando de generar actividades creativas que absorban nuestra atención. Ser tolerante con las opiniones y los deseos de los demás, tratando de llegar a acuerdos que concilien las expectativas de los miembros de la familia. Dejar algunos días sin programar dando pie a la improvisación. Encontrar tiempo para jugar con nuestros hijos, tratando de implicarse en la creatividad de los juegos. No olvidar, fomentar la relación con nuestra pareja (generar contextos favorables, que estimulen el bienestar y la comunicación)
Los hay de muchos sabores, suelen triunfar los días de calor y pueden alegrarnos un mal día. Efectivamente, hablamos de los helados. Pocas personas se negarían a uno, ya sea de pistacho o de chocolate, pero, ¿por qué nos gustan tanto? El origen de los helados se desconoce, aunque parece que la primera huella data de hace más de 3.000 años en Oriente, y que de ahí pasó a la India y, por último, a Grecia e Italia, desde donde se difundió al resto de Europa. Años más tarde, llegó hasta Estados Unidos y, desde entonces, este país se convirtió en el número uno tanto en producción como en consumo. Los expertos afirman que este producto funciona como exorfinas en el sistema nervioso, estas son similares a las endorfinas, pero las obtenemos a través de algunos alimentos. Estas generan una sensación de bienestar en el cerebro y, además, contribuyen a modular el estrés y la ansiedad. Asimismo, un estudio del Instituto de Psiquiatría de Londres ha confirmado que cuando comemos helado se activan las zonas del cerebro asociadas al placer. Por ello, al sentirnos tan bien al comerlo, nuestro cerebro quiere más y se crea una adicción, que controlada puede ser muy agradable. Otros estudios se remontan a muchos años atrás, cuando el ser humano era nómada y comía lo que cazaba o recolectaba. En esa etapa de la historia, los humanos asociaban los alimentos más dulces a gran ingesta calórica y fuente de energía, lo que significaba mayor probabilidad de supervivencia. Así, cuando ahora consumimos productos dulces, se activan las vías del cerebro relacionadas con la recompensa y el refuerzo. Lo que explicaría por qué las personas con a nsiedad sienten cierto confort al comer helado. Además, los helados industriales suelen llevar bastante grasa y azúcar y cuando estos dos se mezclan en el equilibrio químico perfecto nuestro cerebro lo traduce en felicidad.
Los besos son una demostración de cariño y pasión tan central en nuestro mundo que nos cuesta un poco imaginar que haya gente no se bese. Sin embargo, el beso al menos en su expresión “ sexual romántica ”, definida como “un contacto labio a labio que puede ser prolongado o no” solo está presente en el 46% de las culturas del mundo. El caso es que los besos están asociados a momentos felices y generan placer y bienestar. Hay destacar que besarse también proporciona muchos beneficios adicionales, algunos de ellos sorprendentes. 1. Ayuda a encontrar la pareja adecuada Diversas investigaciones han hallado que, en nuestras sociedades, los besos cumplen una función importante al momento de valorar si otra persona cumple las condiciones para ser la pareja adecuada. Más aún, el primer beso puede ser fundamental para la continuidad (o no) del vínculo. Y no solo al principio: besarse favorece el apego y por lo tanto fortalece la relación entre los miembros de una pareja. De hecho, las parejas que se besan más están más satisfechas con la relación, según unas encuestas a más de 900 personas de entre 18 y 63 años en el Reino Unido. También existen indicios de que las feromonas podrían desempeñar un rol fundamental en los besos. Percibirlas podría causar en las mujeres efectos positivos sobre su estado de ánimo y sobre su respuesta sexual, y eventualmente también en la selección de pareja. 2. Mejora el estado de ánimo Los besos son una especie de “droga natural”, porque generan que el cuerpo segregue una serie de sustancias que proporcionan placer. Se liberan neurotransmisores como endorfinas y oxitocina, la llamada “ hormona del amor ”. Eso explica al menos en parte el mayor apego en la pareja de los cuales los besos son a la vez causa y efecto. Además, los besos activan el sistema de recompensas del cerebro e inducen la producción de dopamina. Según un estudio realizado con resonancia magnética, el efecto de la “hormona del placer” durante un beso apasionado puede ser tan intenso que resulte similar al que generan sustancias como la cocaína o la heroína. 3. Reduce el estrés De la mano de los efectos citados en el punto anterior, aparece otro que también resulta clave: la reducción del cortisol, la “ hormona del estrés ”. Todo esto explica que, además del placer físico, los besos produzcan ese bienestar emocional que se parece tanto a olvidarse de todos los problemas, al menos por unos minutos. 4. Incrementa el deseo sexual Los besos suelen ser el primer paso en las relaciones sexuales, por el placer, el bienestar y el apego que generan en la pareja a partir de los efectos químicos ya mencionados. Y otros que se producen a la par, como la producción de serotonina, testosterona y vasopresina. 5. Fortalece el sistema inmune Los efectos positivos señalados pueden resultar evidentes y casi lógicos. Pero los besos también redundan en beneficios para la salud a menudo desconocidos e inesperados. Por ejemplo, el hecho de que el sistema inmune se beneficia del intercambio de saliva que se produce durante un beso. 6. Favorece la salud bucodental Por otro lado, más allá de la composición del microbioma bucal, los besos también estimulan la producción de saliva. Y una mayor cantidad de saliva ayuda a combatir la placa bacteriana, que es la principal causa de caries y otros problemas para la salud de los dientes y el resto de la cavidad oral. 7. Contribuye con la salud del cutis Besar ocasiona que el flujo de sangre en la zona de la cara se incremente. Y esto induce una suba en la producción de colágeno y elastina. Como estas proteínas son dos de los principales nutrientes para la piel, pues son responsables de su firmeza y elasticidad, respectivamente, se puede afirmar que los besos también revitalizan el cutis e incluso retrasan la aparición de arrugas. 8. Hace trabajar los músculos de la cara y quema calorías Ese mayor flujo de sangre se debe a que, para los músculos de la cara, dar un beso representa actividad física. Durante un beso apasionado, trabajan entre 23 y 34 músculos faciales, que pueden adoptar hasta 112 posturas y consumir hasta 26 calorías por minuto. No es que uno vaya a bajar de peso gracias a ese ejercicio, pero es sabido que cualquier actividad física es mejor que no hacer nada. Estos datos surgen también del ya citado artículo del ‘The American Journal of Medicine’. 9. Disminuye el colesterol Uno de los efectos más curiosos de besarse más radica en su efecto sobre el colesterol sérico: lo reduce, a causa de los cambios producidos a nivel hormonal y en los lípidos transportados por la sangre. Esa fue una de las conclusiones de un estudio que también corroboró que la mayor frecuencia en los besos se corresponde con parejas menos estresadas y más satisfechas con la relación. 10. Aumenta la calidad de vida Otros estudios señalan que los besos alivian los efectos de ciertas alergias. Y hasta existe un trabajo que data de la década de 1980, en Alemania, que afirmaba que los hombres y las mujeres que besaban a sus parejas por la mañana al partir rumbo a su trabajo vivían una media de cinco años más que aquellos que no daban ese beso matinal. Y no solo eso: según ese texto, las personas del primer grupo también sufrían menos enfermedades y accidentes automovilísticos e incluso ganaban entre un 20% y un 35% más dinero que los del segundo grupo. En definitiva, los efectos de besar son tantos y tan positivos que no hay razón para no hacerlo siempre que sea posible.
Seguramente te pasa o te ha pasado. Es normal y frecuente que vivamos postergando ciertas cosas que debemos o qué queremos hacer. Vemos a diario ejemplos comunes de esta actitud. Cuántas veces hemos dicho: “sin falta el lunes empiezo la dieta”, luego, llega el lunes y nada. O bien, “el mes próximo empiezo el gimnasio”, o “mañana ordeno los cajones” y pasan los meses y no hacemos nada. O, “la semana próxima empiezo a estudiar para mi examen” y llegamos al examen sin haber estudiado nada. Y así innumerables acciones de nuestra vida van siendo postergadas. Bien, la pregunta es: ¿por qué no hacemos las cosas hoy? ¿Por qué no concretamos lo que queremos o lo que tenemos qué hacer? ¿Qué nos lleva a dejar las cosas para más tarde? ¿Y lo que es peor, qué inconvenientes nos trae? Hay una respuesta a esas preguntas: esta tendencia a postergar se llama procrastinación. La procrastinación es el hábito de postergar o retrasar las tareas que se deben hacer. Los motivos de esta postergación pueden ser muchos, entre ellos, falta de motivación, miedo, miedo al fracaso, estrés, dificultad o aburrimiento. Claro está, que todos posponemos algo de vez en cuando. Pero aquí estamos hablando de las personas que postergan casi todo, todo el tiempo. Así, los procrastinadores evitan continuamente las tareas que les resultan difíciles y busca distracciones que les permitan evadirse. La cuestión es que la procrastinación suele tener consecuencias negativas para la calidad de vida. Afecta el rendimiento académico, laboral o personal, y genera pérdida de tiempo, estrés, ansiedad, culpa, frustración o baja autoestima. Además, vivir con la carga mental de cosas pendientes, que queremos o que tenemos que hacer es abrumante y trae problemas en el ánimo. ¿Por qué procrastinamos? Las causas de la procrastinación pueden ser diversas, dependen de cada persona y de cada situación. Las más comunes son: Falta de interés por las tareas que se deben realizar. Miedo al fracaso, al rechazo, a la crítica o a la responsabilidad. Dificultad para tomar decisiones. Miedo al futuro y a las consecuencias de nuestras decisiones. Perfeccionismo. Autoexigencia excesiva que impide hacer las tareas Distracciones que desvían la atención de las tareas importantes. Pereza. Baja confianza en uno mismo para afrontar las tareas. ¿Cuáles son las situaciones de la vida que más procrastinamos? En general se tiende a procrastinar aquello que implica un esfuerzo. Ya sea porque son actividades que no nos gustan, o porque nos da temor lo que pueda resultar, o porque no nos sentimos capaces de enfrentarlo. Algunas de ellas son: Las tareas diarias: ordenar, sacar la basura, limpiar la casa, planchar, hacer los deberes, estudiar, arreglar algo que se ha roto en casa, etc. El cuidado personal: dejar de fumar, hacer más ejercicio, hacer dieta, estudiar algo nuevo. La salud: ir al médico, ocuparse de algo que no está bien en nuestro cuerpo. Las decisiones laborales: pedir aumento, cambiar de empleo, etc. Las decisiones que nos estresan: los cambios, las rupturas, etc. ¿Cómo dejar de procrastinar? Las soluciones para la procrastinación dependen de cada persona y situación, pero algunas de las más efectivas son: Dividir las tareas complejas en tareas más pequeñas y sencillas. Planificar el tiempo eliminando las distracciones. Buscar fuentes de motivación e interés por las tareas, como recompensas, beneficios, reconocimiento o aprendizaje. Afrontar los miedos que generan ansiedad y bloqueo. Ser flexible y realista con las expectativas y los resultados, aceptando los errores como oportunidades de mejora. Establecer objetivos claros, específicos, medibles, alcanzables, con plazos definidos La regla de los 2 minutos La regla de los dos minutos es una técnica de productividad que puede serte de ayuda. Consiste en que, si puedes hacer algo en menos de dos minutos, entonces hazlo. El objetivo de la regla de los dos minutos es que dejes de pensar en lo que hay que hacer y simplemente lo hagas. 1. Si toma menos de 2 minutos, hazlo ahora. Ni te imaginas la cantidad de cosas que pueden hacerse en menos de dos minutos. Verás que hay muchas cosas que nos parecen gigantes y sólo nos llevarían 2 minutos para resolverlas, por ejemplo, lavar los platos después de comer, meter la ropa en la lavadora, sacar la basura o recoger lo que dejaste tirado, etc. Hacer llamadas pendientes, contestar un mensaje de trabajo, etc. 2. Al iniciar un nuevo hábito, éste debe tomar menos de dos minutos para hacerlo. Si estás tratando de construir nuevos hábitos la regla de los dos minutos te ayudará. No olvides que una vez que empiezas a hacer algo, es más fácil seguir haciéndolo. Si quieres aprender un idioma empieza aprendiendo una frase por día; si quieres comer más saludable, come una fruta, si quieres ser más amable, sonríe. Dos minutos y puedes iniciar un nuevo hábito. Ahora, manos a la obra. Ponte en acción y no permitas que tu vida se convierta en una lista de tareas pendientes
El estrés se define como una sensación de tensión mental y preocupación desencadenada, en general, por circunstancias adversas. Este estado, que es inherente a la condición humana, actúa como respuesta instintiva y natural frente a diversos estímulos desafiantes. La manera en que los individuos lo gestionan determina su impacto en la salud y el bienestar, tal como indica la Organización Mundial de la Salud (OMS). Si bien en general el estrés ha sido asociado a los adultos y a la vorágine de su vida cotidiana, ahora, la ciencia puso el foco en los jóvenes, ya que un estudio liderado por expertos de la Universidad Estatal de Carolina del Norte planteó que pueden experimentar “sensaciones de envejecimiento” en días estresantes, especialmente cuando sienten que tienen menos control sobre sus vidas Esta investigación liderada por Shevaun Neupert, profesor de psicología en la Universidad Estatal de Carolina del Norte, arrojó luz sobre cómo personas de entre 18 y 36 años pueden sentir los efectos del estrés en su percepción de la edad y en su bienestar físico y mental. El trabajo, titulado “El efecto de las creencias de control sobre la relación entre los factores estresantes diarios y la edad subjetiva en adultos más jóvenes”, fue publicado en la revista Mental Health Science. “La literatura nos dice que, cuando las personas mayores se sienten mayores de lo que realmente son, eso se asocia con una serie de resultados de salud negativos. Sin embargo, hay poca investigación que examine este problema en adultos más jóvenes: personas en la adolescencia y entre 20 y 30 años de edad. Una comprensión más profunda de este fenómeno en todos los grupos de edad podría ayudarnos a desarrollar intervenciones que protejan nuestro bienestar físico y mental”, dijo Neupert en un comunicado. Y agregó: “Este trabajo puede ser particularmente oportuno, ya que los investigadores del estrés están viendo un aumento en la cantidad de estrés que los adultos más jóvenes experimentan ahora en comparación con la cantidad de estrés que experimentaron las generaciones anteriores cuando eran jóvenes”. Para llegar a estas conclusiones, los expertos recolectaron datos de 107 adultos jóvenes, con edades comprendidas entre los 18 y 36 años, a través de encuestas diarias que se realizaron durante ocho días consecutivos. Estas encuestas buscaban capturar el nivel de estrés, la percepción de control sobre la vida y la edad subjetiva de los participantes. “Los participantes informaron haber experimentado niveles más altos de estrés de lo normal, también informaron verse y sentirse mayores. No obstante, esto sólo fue cierto en los días en que también consignaron sentir que tenían menos control sobre sus vidas del que normalmente tenían”, desarrolló Neupert. “Esto nos dice que el fenómeno del estrés que hace que las personas se sientan mayores no se limita a los adultos mayores. también les sucede a los jóvenes. Hay investigaciones que nos dicen que el estrés hace que los adultos mayores sientan su edad, o incluso se sientan mayores de lo que realmente son. También vale la pena señalar que tanto los niveles de estrés como los niveles de control eran relativos”, apuntó el autor. Al tiempo que concluyó: “Es importante porque sabemos que experimentar estrés crónico con el tiempo puede tener efectos adversos y que las personas generalmente informan niveles crecientes de estrés a medida que pasan de la edad adulta joven a la mediana edad, entre los 40 y los 50 años. Si estos jóvenes ya están experimentando niveles históricamente altos de estrés para su edad, y ese estrés está afectando su edad, será importante que prestemos mucha atención a los marcadores que utilizamos para evaluar el estrés físico y mental relacionado con la salud para esta generación”.
Las vacaciones son fundamentales para recuperarnos del trasiego anual, son una forma de tomarse un respiro, disfrutar y desconectar de las obligaciones laborales. Aprende a prevenir el estrés. Sin embargo, para algunas personas, las vacaciones suponen “el despertador de todos los conflictos” personales e interpersonales convirtiéndose en una fuente de ansiedad y estrés. De la misma manera el cambio del ritmo de vida vacacional a las exigencias de la vida laboral, suelen tener unas repercusiones en nuestro organismo, el cual necesita un tiempo para adaptarse a las exigencias de la rutina. El estrés es una respuesta de nuestro organismo que aparece ante la percepción de que las demandas del medio sobrepasan nuestra capacidad para afrontarlas. Cualquier cambio en nuestra vida, nos puede generar estrés. En función de cómo valoremos las consecuencias de dicha situación o cambio, es estrés puede ser positivo ( eutrés) o negativo ( distrés). El estrés es una respuesta automática e involuntaria que implica un importante aumento de los niveles de activación fisiológica y psicológica pudiendo desencadenar paralelamente una reacción de ansiedad. Si las respuestas de estrés negativo se repiten con excesiva frecuencia, intensidad o duración, pueden producir un desgaste importante y facilitar el agotamiento de los recursos personales (físicos y psicológicos), desencadenando en problemáticas: Psicológicas: Problemas de relación familiar y social, insomnio, irritabilidad, dificultad en la concentración, atención y memoria, cambio del estado de ánimo, sensación de insatisfacción, etc. Físicas: Úlceras, mareos, dolores de cabeza, tensión muscular, cansancio, dolores abdominales, problemas dermatológicos, problemas sexuales, problemas endocrinos, etc. Conductuales: Evitar situaciones temidas, hacer rituales, tics, llorar, tartamudear, fumar, beber o comer en exceso, tomar ansiolíticos por sistema, etc. Algunos consejos para prevenir el estrés tras las vacaciones : Plantearse expectativas realistas a nuestro regreso. Fomentar espacios personales que favorezcan la relajación (leer, contemplar, reflexionar, practicar algún hobbie). Durante las vacaciones es importante distanciarse de la rutina y aprender a “desconectar”. Pero al regreso es también importante, descansar y desconectar del trabajo, tratando de generar actividades creativas que absorban nuestra atención. Ser tolerante con las opiniones y los deseos de los demás, tratando de llegar a acuerdos que concilien las expectativas de los miembros de la familia. Dejar algunos días sin programar dando pie a la improvisación. Encontrar tiempo para jugar con nuestros hijos, tratando de implicarse en la creatividad de los juegos. No olvidar, fomentar la relación con nuestra pareja (generar contextos favorables, que estimulen el bienestar y la comunicación)